Si no existiesen las almohadas, la vida seria del todo incomoda. La no existencia de estas supondría de igual modo la desaparición de sus primos los cojines, y por ende también de sofás y sillones, que tan buenos ratos nos hacen pasar. El dormir sin cojines ni almohadas derivaría en insoportables dolores de cuello para la población mundial, lo que acabaría llevando primero la molestia, después al malestar y por ultimo a la extinción de la raza humana, a menos claro que se utilizasen mantas o ropas apiladas a modo de almohada. Aunque claro, ellos no lo llamarían a modo de almohada, porque no sabrían lo que es, eso es algo obvio. Por otra parte se ahorrarían lo engorroso de escribir la palabra en sí, que trae de cabeza a más de uno en la actualidad. Aunque aún nos queda hablar de las guerras de almohadas, o, como las llaman las personas menos ambiciosas, peleas de almohadas. El placer de enchufar a alguien con algo que, pese a ser blandito, puede llegar a ser muy contundente. Privarnos vilmente de esa satisfacción sería un completo desatino. Definitivamente, el día que desaparezcan las almohadas, será el principio del fin.
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