-Papá, papá, ¿quién es ese?
-Antonio Machado. Es un escritor, ¿quieres que te lea algo suyo?
-Eh… No, gracias.
Y así acabó todo antes de empezar. Nunca llegué a cabalgar sobre un poema interminable, nunca hubo caminantes ni recuerdos de Sevilla, limoneros de una infancia ajena.
Nunca llegué a aprender que un libro pesa más conforme pasan los años, y que cuanto más los relees más gordos parecen, porque se hinchan de lágrimas, de recuerdos, de lo que pensabas y sentías mientas lo tenías en tus manos. Nunca supe que, cuando abres un libro, te encuentras a ti misma la última vez que lo leíste y la misma historia ejerce de puente infinito entre tu pasado y tu futuro.
Nunca llegué a leer cincuenta y dos libros en un año, porque estudiar medicina quitaba demasiado tiempo. Nunca me pasé una tarde entera vagando por la FNAC, prefería ir a tomar algo con mis amigas. Nunca soñé con paredes enteras de estanterías y ni siquiera me hice el carnet de la biblioteca.
Nunca supe nada de la vida y, cuando heredé el cuadro de mi padre, fue a la basura. No tenía espacio para la poesía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario