Sin imaginación no habría metáforas, y sin metáforas, el mundo sería hormigón. No habría excusas. Las historias sabrían a una realidad demasiado cruda y la poesía sería polvo. Seríamos una masa de un gris áspero, con el mismo rostro y la misma ropa, todos andando de la misma forma y a la misma velocidad. Ciegos, mudos y sordos. No habría colores, sólo una estridente expresión de amargura inundándolo todo. El misterio sería aburrido y el universo una sábana oscura. Moriría el tiempo libre de un disparo. Sólo existirían los números y el humo. La televisión sería una pesadilla y los museos serían cementerios. Adoraríamos el silencio en vez de las tormentas. Ni tatuajes ni aviones, ni coches ni mosaicos, destrozaríamos las ruinas que hubieran quedado en pie, nos darían igual los gatos negros y nuestros sueños no serían más que pozos sin fondo. El mar un charco, la Luna un satélite, las estrellas bolas de fuego, el alcohol aislamiento, y el amor un simple cuchillo. Las ventanas nunca cambiarían de canal. Estaríamos totalmente vacíos. Sin saber qué es lo que nos duele, de qué nos podemos quejar y qué debemos temer. Cada día, cada mes, igual al anterior. Mientras pasan estaciones que no tienen significado, mientras todo se mantiene exactamente igual.
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