Hoy he viajado, no sé como, a un mundo paralelo. Le relataré por qué supe que no era mi mundo donde estaba.
Aparentemente todo lo que veía era, por así decirlo, correcto. El bar en el que anteriormente me encontraba era prácticamente idéntico al de mi “tierra”. Incluso las personas que allí se hallaban eran prácticamente iguales a las que conocía. Los mismos parroquianos, los mismos camarero,... Sin embargo, había algo que me inquietaba. Nadie sonreía. El jolgorio y la animosidad que hace a unos segundos inundaba el local ahora estaban muertos. Pagué mi bocadillo y corrí hacia la calle. En el colegio de enfrente los niños salían por la puerta en silencio y ninguno de ellos sonreía. El único sonido que llegaba a mis oídos era el de los coches. Era desquiciante. Luego imaginé como serían los días encerrado allí, en ese mundo donde la felicidad era inexistente, y quise chillar de desesperación.
Dejo estas líneas por si alguna vez alguien que lea esto y sepa como regresar a mi dimensión, contacte conmigo. Porque, a pesar de ser alguien que nunca fue especialmente alegre, no creo que sea capaz de vivir en un mundo donde no exista la alegría.
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